Hasta anoche llegaba a mi ventana la ruidosa tromba pirotécnica, como un eructo del cielo que pudo prolongarse más allá de las dos de la mañana. Después, el silencio, la batalla de las horas por preñar de luz al nuevo día. Y el sueño: un largo tobogán de polvo negro que estalla en la piscina donde nada un dragón multicolor desvanecido en el agua.
Los chinos, que lo inventaron todo, también nos legaron la pólvora y los fuegos de artificio. El monje Li Tang, primer técnico del fuego en esto, los impuso para celebrar la llegada del año nuevo y ahuyentar los malos espíritus mediante las formas del dragón dibujadas en la bóveda celeste. Hoy Occidente recurre a la pirotecnica para importunar el sueño de los justos y también para quemar a los niños.
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