16 de enero de 2011

Escritura distal


Hasta el siglo XIX, el ser humano necesitó de todas sus manos para cometer el acto de escribir. En una de sus cartas, destinadas casi siempre a su amante Louise Colet, Flaubert recuerda que su método de escritura privilegia, primero, el largo envión casi automático sobre un primer papel, para más tarde cribar cada palabra en una segunda hoja donde surge la alquimia del "verbo justo". Lo imagino redactando enfervecido con su mano diestra mientras que con la siniestra ataja esa otra página secundaria que finalmente irá a sumarse a docenas de cartapachos de tinta inmortal.

En el siglo XX, con el despliegue de la máquina de escribir (inventada a mediados del siglo anterior), los escritores se sirven sobre todo de sus dedos para insuflarle al papel cierta vida literaria, pues el método mecanográfico de la gran mayoría radica en la "chuzografía" ruidosa sobre un teclado, a diferencia del callado discurrir de la mano sobre el papel durante el siglo XIX y más atrás. De Henry James se dice que encuentra en el ruido de su Remington una especie de sinfonía mecánica que aprovecha para la escritura de alguna parcela de su obra. Sobre la máquina de escribir, los dedos no sólo pulsan las teclas sino que también mueven el rodillo, instalan y cambian la cinta, corren la palanca que lleva de un renglón a otro, y a veces corrigen los yerros con una lápiz-borrador provisto de escobilla.

A finales del siglo XX y en lo que va del XXI, con la instauración de lo que hemos llamado la era digital, pasamos de escribir con todos los dedos a hacerlo apenas con algunas de las 14 falanges distales que tenemos en cada mano. Entonces, antes que hablar de era digital, cabría mejor referirnos a la era distal de la escritura contemporánea, pues hoy escribimos en múltiples tipos de computadores que sólo necesitan de esas falanges terminales para ser encendidos y aprovechados en toda la sencilla complejidad de su hardware. Quizá los mayores íconos de esta era distal sean el iPod Touch y el Laptop de última generación, que nos han puesto a escribir con esa estructura de queratina anexa a la piel, localizada en las falanges distales y llamada uña.

De modo pues que la historia de la escritura ha ido prescindiendo de la mano hasta reducirse a la levísima pulsación de unas cuantas falanges, por lo cual de aquí en adelante no queda otro camino que escribir con las uñas.

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