26 de febrero de 2013

El azar de los objetos: el orden de la escritura

De golpe, las cosas azarosamente puestas sobre un escritorio heredado de mi padre. De golpe la agenda, el cortaúñas, un trozo de azar, 2013 en un cartón, las agendas y el pisapapeles, cuentas por pagar, tarjetas y lapiceros más atrás, y en el centro mi lugar y el mundo entero contenidos en este PC escoltado con sigilo por el Módem que permite abrir ventanas imaginarias y ver el amanecer aún cuando el sol acabe de ocultarse. Ahí están los objetos, convocados quizá frenéticamente, al ritmo del picoteo de la lectura y la escritura meditadas o de urgencia, curiosamente junto a un libro (ese que se ve al lado derecho, rosado, breve, coronado por una tapa y un portaminas, La comunidad ilusoria, sí, ese librito) de Marc Augé, el antropólogo que habla de los “no-lugares”, aquellos espacios donde confluyen todos y nadie, que se habitan, se usan, se ensucian y consumen antes que la noche caiga, anónima, sobre el asfalto y las paredes.

Este lugar, en cambio, es mi lugar desde hace cinco años; aquí vine a vivir con cientos de personas apretujadas en los libros, de las cuales –por obra y gracia de la literatura—ninguna ha desertado del cuarto. A simple vista ustedes dirán que el escritorio delata a un poeta, a un investigador, a un profesor más o menos ordenado. Sí. Soy todo eso y algo más. Pero fíjense en ese adminículo cuadrado tirado al lado derecho, abajo, en la imagen: es el ciclo-computador, uno de los objetos que primero tomo en la mañana. Porque al lado de la literatura y la docencia, el ciclo-montañismo colma mis rutinas: ese ‘cateye’ marca tiempos, distancias, velocidades y kilómetros andados sobre una bicicleta que me aguarda no tanto para que las horas me colmen de sudor (esa suerte de quejido húmedo del cuerpo) sino, sobre todo, para empezar el día a día poniéndole cierto orden al mundo. Andando en bicicleta medito nuevas travesías, nuevas ideas, caminos aún no transitados en mis clases o en mis textos, así como también devoro asfalto y padezco algunas montañas. Por ello tal vez están aquí el azar de los objetos y el orden de la escritura, que inicia en cualquier lugar insospechado, muchas veces lejos de este antiguo escritorio que he intentado presentarles.