26 de enero de 2011

La puntuación como camino


Desde que alguna vez leí en el bien aprovechado aunque muy desactualizado Curso de redacción, de Gonzalo Martín Vivaldi, que los signos de puntuación guardan correspondencia como el modo de la respiración de quien escribe, mi vida cambió un poco. Quizá antes había encontrado en ese mismo libro o en otro, que el punto, la coma, el punto y coma y demás son como las señales viales en las a veces imprevistas autopistas de la escritura.

Las dos comparaciones, además de sugestivas, son pertinentes. Sobre todo porque, a riesgo de repetir lo que otro habrá dicho ya, el modo como disponemos los signos de puntuación al redactar depende en gran medida de la manera como el alma cante, lo que da para decir que escritura, puntuación y personalidad están profunda, indisolublemente imbricadas. (Ya habrá tiempo para una divagación acerca de la puntuación como señalización vial en la escritura. Por ahora me ocuparé de un asunto distinto pero no menos relacionado).

He conocido escritores autodeclarados "de oficio" o en verdad redactores incidentales que siempre parecen ir de afán, así en la vida cotidiana como en sus textos de ocasión, de suerte que las palabras allí marchan a trompicones, dando pasos largos que trazan huellas en la arena borradas de un tajo y para siempre por el viento, tan carente de memoria. También me he topado con aquellos que en la vida caminan lentamente, ahora paladeando cada frase como si anduvieran a media marcha por una ciudad nunca visitada. Y he conocido a otros que por el contrario se detienen ante el primer andén, sin atraverse a cruzar la calle para echarse a caminar; se declaran abúlicos, pusilánimes, bloqueados, como aquel turista que prefiere pisar la acera de donde lo hospedan y regresar al lobby para más tarde encerrarse en el mutismo de su cuarto.

En mi caso hay de lo segundo y de lo último. Por ejemplo, ahora que escribo esto, me he lanzado por la senda metafórica a la calle, como quien se arroja a la noche en busca de una ruta incierta. Sin embargo, apenas doy tres o cuatro pasos largos, me detengo y me devuelvo porque creo haber dejado algo atrás --las llaves de la puerta, el teléfono, un dato necesario, un recibo por pagar-- o porque no me despedí lo suficiente de mi hijo. Corrijo sobre lo andado para evitar segundos retrocesos, y avanzo. Ahora lo hago con lentitud, observando de un lado a otro, menos atrás que hacia adelante, incluso como si esquivara ciertos baches o como si la calle estuviese abarrotada. Me detengo: pienso en las posibilidades que tiene el camino, pero me quedo en la esquina, desde donde puedo ver lo andado...

Ciertamente, ¿cruzo o no cruzo la calle? Es decir, ¿pongo esta u otra palabra o mejor borro? Caigo en coma profunda: paro, pienso, saludo, miro, deseo. Sigo en mi punto. Quizá sea necesario regresar, antes de que los pasos alarguen el camino; antes de que determine poner punto final a ese tránsito, a esta paranoia verbal, digo, a esta escritura.

Con el auto del sueño me he topado.

¡Punto!

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