Ocurrió en España, en el verano de 1965: entre el 2 y el 4 de julio de ese año, Madrid y Barcelona escucharon a The Beatles. Pero "escucharon" es una palabra demasiado altisonante para referirnos a un evento histórico que sin embargo se vio empalidecido a manos de la censura franquista. Al cuarteto de Liverpool lo apartaron de su fanaticada apenas pisó la pista del aeropuerto de Barajas; en todo momento los militares de Franco (aquellos hombres grises) tuvieron entre ceja y ceja las melenas del grupo de Abby Road, incluso en el hotel, cuando una turba de periodistas adscritos al régimen preguntó a los músicos acerca de asuntos tan discordantes como 'El cordobés' y Thalía.
En Madrid tocaron dentro de una desolada, tímida y pacata Plaza Monumental de Las Ventas, cuya majestuosa arquitectura era el marco perfecto para una estampa inolvidable pero que más bien cayó en la miserableza del régimen, que dejó mucha gente afuera y prohibió cualquier exaltación. Nada más triste que ver a la banda inmortal frente a dos centenares de espectadores sentados en butacas sobre la arena del coso madrileño como si estuvieran en un velorio masivo.
Algo diametralmente opuesto ocurrió en la Monumental de Barcelona, donde 18.000 personas exhibieron su vibra a pesar del pésimo sonido y de la sombra gris del franquismo en una ciudad en verdad vital, noctámbula, ensoñante. De los toriles de la Monumental salieron cuatro negros toros ingleses cuyo trapío estaba en la armonía de sus notas eternas.
Dos curiosidades sí me parecen dignas de evocar: esa maravillosa anécdota de los barriles de jerez que firmaron los cuatro con sendas tizas, en una perversa estrategia publicitaria de la Casa Domeq para imponerse sobre el cherry inglés. Al cabo de los años, nadie supo a dónde fueron a parar las cuatro 'botas', hasta cuando alguien identificó dos en una bodega de provincia: ahí estaban las firmas de Paul y de Ringo, preservadas por otro tipo de censura: la ignorancia de aquellos que jamás supieron a quiénes pertenecían esos 'garabatos' de tantísimos quilates.
La otra anécdota demuestra una de las muchas contradicciones que debió de sufrir el régimen franquista: luego del concierto, Brian Epstein bajó maquillado de cabo a rabo al lobby del hotel Fénix. Con discreción pero con firmeza, pidió a dos periodistas amigos, entre ellos José Luis Álvarez --quien publicaría el libro The Beatles en España-- que lo acercaran hasta el Club Bourbon, una de las pocas caletas gay de aquella época.
Son muchas las historias. The Beatles coronados por monteras cuando descienden del avión en Barcelona (la intrahistoria recuerda que compraron cinco ejemplares del libro Toros y toreros, de Pablo Picasso y Luis Miguel Dominguín); The Beatles reventando con sus amplificadores las paredes del hotel catalán mientras que un turista italiano quiso darse golpes con Francisco Bermúdez, el empresario que había llevado al grupo a tierra ibérica. The Beatles en una España estrangulada por el cinturón fascista, más cercana a la aldea que a la vida cosmopolita del resto de Europa.
Finalmente, una joya de cita, ahora a cargo de Jhon Lennon, a quien un periodista londinense preguntó si no les había dado miedo haber actuado en dos plazas de toros. El poeta respondió: "No nos dio ningún miedo. Además, los toros no desafinan".
Esto y mucho más podemos verlo en el documental "The Beatles en España", colgado en You Tube.
http://www.youtube.com/watch?v=LaIKyDlwPvs
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