Así como los cráteres de las calles de la ciudad pasan inadvertidos en tanto no se conduzca un automóvil o una motocicleta, la pasada tragedia invernal sólo nos preocupó cuando vimos tierras anegadas por agua de todos los ríos --incluso de aquellos que creíamos secos desde hace siglos--, gente ahogándose en la impotencia de la miseria, escuelas vacías de niños y donde rápidamente anidó el zancudo, y hasta pequeños y medianos terretenientes llorando por sus bestias reventadas y el pancoger pudriéndose bajo dos metros de lodo.
Volverá a pasar, ya lo sabemos. Así en 2010 como en 1985, cuando a finales de octubre, según se puede leer en archivos electrónicos de revistas y periódicos, ocurrían inundaciones sin tregua, hasta que en noviembre acabaron en torrentes de sangre abortados en el Palacio de Justicia y cuando el Volcán Nevado del Ruíz vomitó sobre Armero. Así hoy como ayer, en el tinglado de un país en cuyas dos esquinas siempre aparecen dos combatientes con el apellido "Guerra", y en cuyo punto central envejece, sin que nadie la agarre de veras, una bolsa de fique gastadísimo dentro de la cual persisten muchas tarjetas manoseadas con las inscripciones de "Paz", "Equidad", "Salud", "Educación", etcétera. "Guerra" y "Guerra" se enfrentan a favor de, en defensa de, a propósito de, en homenaje a esa bolsa, pero como ninguno de los púgiles derrota al otro, la bolsa sigue ahí, sin que nadie se apiade de ella.
Mientras tanto, el país cae a la lona, se pone de pie, muerde el polvo de nuevo, oye el conteo de 1 a 9, vuelve a pararse, y así hasta que "Guerra" y "Guerra" juegan al boxeo en nombre del ahogado.
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