A veces corren a esconderse en el rincón donde un niño alguna vez lloró.
A veces saltan a la última sopa que alguien pone en boca del enfermo, con la promesa de que pronto estará en casa.
A veces manchan con un grito esa pared donde acabaron los días oscuros de ese joven que nadie quiso recoger.
A veces empañan los vidrios del auto donde padre y madre mascan su rabia mutuamente.
A veces caen como estiércol pétreo sobre la algarabía de quienes se odian porque sí.
A veces invocan al silencio para evitar el hulular de la bala en los toboganes de la sangre.
A veces devuelven ese cuerpo suicida a la cama, donde alguien se ahoga en una mezquina serenata de almohada.
A veces saltan a la arena para dibujar el nombre de quien está a pocas horas de encontrarse con el mar en una cópula abisal.
A veces nombran al hijo, que pronto será abandonado en un taxi, en una esquina, en cualquier recodo donde el destino sacude sus ladillas.
A veces vuelven las palabras, simplemente.
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