No he querido escribir sobre Venezuela. Menos aún si mi visita fue a una isla y en la cómoda condición del turista "all inclusive".
Todo para mí es confuso, doloroso y complejo en medio de las tardes radiantes y el agua clara de Isla de Margarita, la eterna Perla del Caribe.
Corrí 55 kilómetros durante los días de mi estancia en ese territorio insular a donde llegó Colón en 1498 para extraer la perla de la Isla de Cubagua. Casi en todas las ocasiones que troté, sentí que lo hacía en reversa sobre una banda estática. La realidad quedó congelada en un tiempo que sospecho fue 2013, días después de la muerte de Hugo Chávez: calles y autopistas mal señalizadas, muchas de ellas abandonadas al ritmo del sol, la lluvia y la sal; edificios de hoteles que fueron o que no pudieron ser, ahora son pasto del tiempo que todo lo corroe.
¿Y la gente? Creo que son famosas la dulzura y la humildad del margariteño, ancestralmente dedicado a la pesca y a las artesanías. Honesto. Laborioso. Sin embargo, desesperanzado, quejumbroso y con razón: el salario mínimo mensual, efectivamente, raya en los dos dólares (5.100.000 bolívares), lo que pueden costar dos jabones de baño, una lata de atún con media libra de arroz o una botella de ron Cacique (para las lujosas gargantas de extranjeros o de boliburgueses). Ni hablar de productos de aseo, de pastillas para el dolor o la fiebre, y mucho menos de renovar los zapatos o la ropa.
"Coño, chico, esto anda mal", oigo repetir decenas de veces. Un taxista que con un dólar podría tanquear su carro durante más de un año quizá, me dice que un caucho o llanta para el automóvil cuesta 200.000.000 de bolívares, algo así como 57 dólares o 165.000 pesos colombianos. Por eso no extraña ver en las calles muchos carros oxidados, sucios, estrellados, sin placas, como si anduvieran sobre esa banda estática que es esta porción de Venezuela.
El chiste repetido de uno de los guías de la agencia de viajes consistía en decirnos, una vez dentro del bus, que faltaba un pasajero. "¿Y saben quién es?". "Falta uno". "Falta Nicolás Maduro". Algunos colombianos se atrevían a decir "¡déjenlo!" o "se lo regalamos". Luego había un silencio y después el acondicionador de aire nos lanzaba a la zona de confort.
En ningún hotel se sufre por agua o por comida. No obstante, muchos locales tienen enormes plantas de energía porque los cortes son frecuentes. El servicio es excepcional, máxime aún si contamos con que una sola propina de un dólar puede equivaler a medio salario mínimo. En cuanto a belleza y tranquilidad, Isla de Margarita conserva el encanto de todo el Caribe.
¿Y Colombia? Una utopía, más que país rival. El taxista recuerda sin punto de error que hace 30 años eran los colombianos quienes llegaban en busca de trabajo. Un vendedor de artesanías en playa El Agua decía que los colombianos eran quienes ejercían la venta ambulante mientras que la policía los reprimía sin compasión. "Y mire cómo nos tratan ustedes en Colombia ahora. Los que se van lo tienen todo allá". Ni tan así, claro, pero algo de verdad hay en todo eso. Yo al taxista le digo: "Mi lema es: ¡Vengan a Colombia, hermanos venezolanos, que aquí hay pobreza para todos". Y compartimos un abrazo y una sonrisa que lo reconcilia con el mundo.
Con gusto habremos de volver. Hay que ser agradecido con ese prodigio insular y con aquellas personas que sí saben de resistencia. Que lidian con el hambre y aún así te saludan y te ayudan y confían en que tú dejes de mirarlos con pesar, como si fuesen inhumanos; o que dejes de hablar mal de Venezuela cuando ni siquiera te sabes el nombre de tres o más estados. Muy pocos confían en el cambio. No creen en el actual gobierno pero tampoco en la oposición. Extrañan a Chávez, porque "tenía carácter". La gran mayoría come una vez al día y si no fuera por el mar la hambruna sería extrema. Por último, otro vendedor callejero me ofrece para la venta su camiseta, que lo declara "arrechísimamente venezolano". Situación arrecha esta: compleja, dura, baldía...
¡Y saber que en Colombia es asunto cotidiano hablar mal o quejarse de la crisis venezolana mientras que botamos la comida en los centros comerciales!
Venezuela bien vale una visita, una sonrisa y una lágrima.
Nota: Esta corta crónica data de julio de 2018.