10 de junio de 2021

ELOGIO DEL RODAR EN SOLEDAD

En otro lugar escribí que el ciclista aficionado, aquel que llamo "ciclósofo", es un paranoico de sí mismo. ¿Qué nos echa a rodar en bicicleta a la calle, por trochas o caminos relativamente transitados? ¿De qué fantasma interior escapamos una vez vamos sobre dos ruedas? Nunca sabremos la respuesta, aunque puestos a examinar la razón fundamental por la cual seguimos montando en bicicleta (a cambio de nada específico, cuantificable o medible) creo saber que se trata de una experiencia que busca repetir la fascinación que nos dejó la infancia al convertirnos en aliados del viento asidos al manubrio y los pedales.

Antes que escapar de algo, queremos ir al encuentro de un lugar que siempre está más allá, que yace inencontrado en los vericuetos del destino. Se trata del triunfo de un fracaso sospechado: si bien nuestro punto de partida es claro, el de llegada se avizora en nuestro deseo y casi nunca se concreta del todo. Aun cuando los mapas y nuestros archivos tracen las rutas de manera fidedigna, el viaje, este, el de ahora, traiciona aquellas líneas, curvas u ondulaciones, de tal suerte que la bicicleta termina reinventando el territorio, instalándonos en la geografía imaginaria de nuestro paisaje interior.

Todo esto y más viene a cuento porque me interesa elogiar el arte de rodar en soledad. En esa soledad que nos enseña a rumiar el silencio, el dolor propio, la agonía o la simple y loca y más solitaria sonrisa (o el inaudito alarido también) desgarrada ante las sorpresas del camino. Aunque muchos defiendan las salidas ciclísticas en grupo (porque divierten, arropan y convidan al convite), yo prefiero lanzarme a trancas y barrancas solo con mi cuerpo, mi máquina, mi deseo y mi silencio. Así mismo dibujo las líneas de ese paisaje interior que voy poblando de soles, nieblas, lluvia, barro, verde, azules, tantos olores y colores.

Salir a rodar en soledad encarna quizá un egoísmo ciclosofístico que impide compartir ese placer tan íntimo que edificamos piedra a piedra o en la pizarra gris del pavimento. Y es que repitámoslo: a rodar en bicicleta se aprende en soledad. Una vez nos liberamos de las ruedas auxiliares, y de la mano que nos apoya en la lucha en favor del equilibrio, ganamos el pasaporte a la patria de la introspección. 

De modo pues que rodar en solitario nos exilia en aquel espacio privilegiado del reencuentro consigo mismo, tan allanado en estos tiempos por la autarquía del otro, tan entrometido en la calle y en las autopistas virtuales de las redes sociales.


📷 https://www.freepik.es/vector-premium/feliz-lindo-nino-nino-montando-bicicleta_12568746.htm


1 comentario:

  1. Buenos días Hernando haciendo un repaso de los comentarios que haces me he detenido en su perfil y me ha encantado las notas que ud escribe me gustaría primero conocerle personalmente y seguir disfrutando de sus agradables notas
    Soy pensionado en educación BIOLOGIA Y QUIMICA UNIVALLE gracias

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