He regresado a mi blog después de mucho tiempo. Recuerdo que mi primera entrada, luego de la justificada nota por el nombre mismo de esta página virtual (A cálamo corriente: A pluma alzada, que es lo mismo), divagó en torno a ciertos alimentos que salvarán a la humanidad --según dijera Umberto Eco en la antesala del siglo XXI-- una vez afrontemos tiempos de hambruna generalizada e irreversible. Dichos alimentos, en concreto cereales y leguminosas, tienen el alabado poder de eludir, al menos por un buen trecho, la espada de lo perecedero que se cierne sobre la mayoría de cosas comestibles, ingeribles y defecables por el ser humano.
Hoy vuelvo, al menos desde la memoria, a esa nota de enero de 2011, más de diez años después, no sólo porque casualmente aquí donde vivo hacemos fríjoles ahora sino porque el olor a podrido que emana del corazón del país, de Colombia, pareciera estar a tono con aquellos alimentos frágiles frente al riguroso carácter del tiempo para deteriorarlo y corroerlo y envilecerlo todo.
El aroma a cadaverina, en todo caso, viene desde los tiempos fundacionales de eso que con tanta pompa y dolor llamamos Patria. No en vano está, aunque no vuele muy alto, el cóndor en el escudo nacional. Ese cóndor, rey de reyes entre las aves de rapiña. El cóndor, padre de los chulos que hurgan, cual políticos en campaña, siempre en campaña, en las entrañas de los cadáveres que vomitan nuestros ríos. Chulos que por estos días sobrevuelan las ciudades y los campos de Colombia esperando a que por fin se desgonce el muerto que la Patria lleva adentro.
Para mantener la noción del contexto quiero recordar que afrontamos un Paro Nacional Indefinido desde el 28 de abril de 2021. Multitudes espontáneas y otras bastante organizadas, en secreto y en público, decidieron plantársele al gobierno de turno (que por su carácter endeble, mendaz y corrupto evito nombrar) en función de carencias centenarias, cuando no en nombre de un principio de oportunidad ligado al incendio, al saqueo y al deterioro del espacio público durante por lo menos tres semanas infernales. Lo que ha seguido desde entonces fue
represión de las fuerzas del orden, un bloqueo generalizado de vías y ciudades, arengas criminales, alianzas oscuras entre quienes protestan y quienes aprovechan el grito herido para desestabilizar al país (¿Cuándo ha sido estable?) y dejarnos ad portas del caos total.
Todo huele a podrido: gobierno, políticos, manifestantes, periodistas, fuerza pública, sociedad civil, servil, vil. En la olla sin fondo de Colombia, donde se cocina desde épocas remotas la sopa de la Violencia, puede que aparezca un fulgor de confianza en medio de la desesperanza. Por ahora prefiero seguir el camino de Pangloss, en Voltaire, y refugiarme en mi propio jardín, donde si bien no escancio los mejores aromas (la Patria, omnipresente, huele a podrido en todas partes) por lo menos me siento a gusto con los míos, con mis libros y con mis palabras.
Imagen: http://archivobogota.secretariageneral.gov.co/noticias/caricaturas-del-siglo-xix
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