2021 marca un itinerario exitoso para dos libros: el uno, la reedición de un volumen crítico cuasi incunable, 50 años después de su rimbombante aparición y 45 quizá de su no menos comentado veto a manos de su propio autor por una causa que evitaré aquí revisar pero que todo el cotarro literario conoce; el otro, la publicación de las memorias, del testimonio, de la bitácora de duelo de un hijo a partir de la muerte del autor que inspiró el primer volumen del que hablo. Se tratan de García Márquez: Historia de un deicidio, de Mario Vargas Llosa, y de Gabo y Mercedes: Una despedida, de Rodrigo García Barcha.
Del primero en realidad haré sólo una referencia: tengo en mi biblioteca un ejemplar de aquella atesorada primera y (hasta hoy) única edición tirada en marzo de 1971 por Monte Ávila en Caracas del (hasta entonces y luego por mucho tiempo, ¿o tal vez hasta ahora?) mayor estudio, aplicado y amoroso, de la obra de García Márquez, levantado con rigor por Vargas Llosa, entonces los capos del Boom literario latinoamericano. García Márquez, el deicida mayor, una suerte de demiurgo literario, es ahí el inventor de una realidad real y a la vez ficticia; el constructor de un mundo imaginario que tiene un peso rotundo en el mundo fáctico; tanto, que hasta termina subvirtiéndolo, cuando no reemplazándolo. Además el libro despliega un tono ensayístico a caballo entre la erudición sociológico literaria y la libertad estilística de un verdadero amanuense de la palabra, algo que se repetiría en otro estudio de Vargas Llosa, La orgía perpetua, esta vez dedicado a su tótem mayor, Gustave Flaubert.
Es del segundo libro al que me refiero aquí un poco más in extenso. Rodrigo García Barcha, al igual que su hermano Gonzalo, crecieron y se hicieron hombres bajo la inabarcable e inevitable sombra de su padre. El menor, Gonzalo, llegó a ser artista plástico, mientras que el mayor, Rodrigo, incursiona con relativo pero creciente éxito en medios audiovisuales. De ambos hemos sabido muy poco, al menos dentro de aquellos círculos amplios atentos a la vida y obra de las celebridades y de sus herencias. No obstante, Rodrigo García (que así firma el texto) nos obsequia un libro de su propia alforja, y el acierto es innegable: en las páginas dedicadas a los últimos días y a la muerte del deicida, Gabo, Gabriel, García Márquez, transitan la nostalgia, el pudor, la rabia, el silencio y la soledad ante la ausencia de quien le marcó los días como hijo y nos marcó tanto como lectores de la mejor literatura embaucadora.
Aunque la fijación del texto del inglés al castellano adolece de repeticiones y otras caídas menores, la obra es un acto de amor de un hijo que nunca parece haber tenido contradicciones visibles con el padre, ese deicida cuya membranza va más allá del demasiado humano ser desmemoriado que murió el 17 de abril de 2014. Descubrimos al creador en su laboratorio (cual Aureliano Buendía, absorto en el cuarto de alquimista), al padre en sus palabras y al esposo en su complicidad eterna con Mercedes Barcha, por quien el libro también ofrece un réquiem, dado que la "Gaba" dejó el mundo en agosto de 2020.
Se trata de un libro imprescindible --como el de 1971 que vuelve a ver la luz 50 años después-- para los gabófilos y los gabófagos,
al igual que para los interesados en los libros autobiográficos donde la muerte y el duelo imponen su fúnebre bandera.
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