26 de mayo de 2021

LA PALABRA, LA RAZÓN Y LA CARNE

El estremecimiento es inocultable: leer al William Golding de El Señor de las moscas en la vida adulta hace inestable aquella premisa relativa a la necesidad de cumplir con ciertas lecturas únicamente en edad joven, porque después de esa etapa (en apariencia ajena a toda contingencia y todo azar exterior) el destino impone otros intereses que generan ruido, cuando no que imposibilitan nuestro encuentro con las páginas clásicas.

He decidido habitar aun cuando de manera tardía la isla de los niños náufragos porque en el fondo la novela, publicada en 1954 por quien fuera Premio Nobel de Literatura en 1983, nos habla en la edad adulta del contrapunto entre la palabra --representada en la caracola--, la razón --que metaforiza la hoguera-- y la carne --materializada en el jabalí--. Una interacción problemática, que en la isla revela el mundo frágil de las normas, de los contratos sociales y del consenso como rasgos distintivos de Occidente. 

Acordada la necesidad de establecer reglas de convivencia, los niños deben afrontar la elección de un jefe. Ralph, quien ha hecho sonar la caracola gracias a la ayuda de Piggy, termina llevando a sus espaldas esta responsabilidad civil. A través de una y otra asamblea, donde priman la palabra y el respeto hacia el otro, propondrá la divisa que acompaña su estancia en la isla: encender, avivar y conservar el fuego de una hoguera que al producir humo podrá garantizarles un rescate, es decir, la vuelta al mundo de la civilización y de la razón. Desde luego que es cuestión de supervivencia pensar en el sustento físico, más allá de los frutos de la Tierra, y es cuando Jack selecciona un grupo para que lo respalde en la caza, esto es, en el aseguramiento de la carne, lo cual implica una lucha cuerpo a cuerpo contra la bestia, el jabalí en principio esquivo y luego derrotado. Tenemos entonces que Ralph y Jack protagonizan aquel contrapunto entre la palabra, la razón y la carne con sus dosis de civilidad y de barbarie.

En el trasfondo de esto subyace el miedo. ¿Cómo afrontarlo pero también cómo aprovecharlo? La sospecha de que en la isla habita una bestia y su impacto sobre todo en la población de niños menores es motivo para que Jack se erija en el protector, en el cabecilla de un "ejército" que combate el miedo a cambio de una lealtad que lo sitúa como segundo jefe en la otra orilla del río. Entran en escena el animismo, el atavismo, la desprotección y la dimensión diabólica representada en la cabeza del jabalí, es decir, el mismísimo Señor de las moscas.

La necesidad de mantener viva la hoguera y el imperativo de la carne desencadenan la lucha fratricida por el poder entre Ralph y Jack. Las muertes de Simón y de Piggy, así como la destrucción de la caracola, unida al robo del fuego y el aprovechamiento del miedo, todo hace estallar la regulación del débil contrato social que los niños habían logrado componer a su llegada a la isla. La novela, en síntesis, establece una evaluación negativa de la aparente solidez de las normas y de los acuerdos en un Occidente por entonces trenzado en la Segunda Guerra Mundial y después en la calma chicha de la Guerra Fría. Por último, el rescate pone fin a un "juego de adultos" entre los sobrevivientes y confirma que la civilización, con todo y su frágil andamiaje, se impone sobre el bárbaro que todos llevan dentro.

Agradezco que una circunstancia histórica en Colombia me haya puesto en el mundo de Golding, sobre todo porque seguimos afrontando, sin término fijo, la imperfección de la condición humana en su ansiedad de poder y de alimento, de supresión del otro y del desconocimiento de su libertad.

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