8 de junio de 2021

LA PANDEMIA EN BICICLETA

Los veo desde mi Aislamiento Obligatorio ir a sus trabajos montados sobre unas bicicletas heroicas que resisten todos los climas y todas las hambres. Van de madrugada, a media mañana, y vienen al atardecer, ya casi de noche, mientras que más de medio mundo aguarda sentado en sus poltronas o en las sillas de teletrabajo que la pandemia baje su bandera negra.

Por siempre, los obreros ciclistas, aquellos que de verdad jamás pararon ni pudieron acatar el Aislamiento Obligatorio --porque su imperativo es salir o salir--, siguen aliándose con el sol, con la lluvia y con el viento para afrontar sus trabajos, entre los que cuento, por ejemplo, el reparto de víveres a domicilio, el cuidado de los pocos automóviles que aparcan a las afueras de los bancos o los supermercados, donde de seguro ocupan el puesto de las cajas registradoras. También los he visto aparecer con blancos uniformes médicos o con atuendos propios de las casas de seguridad.

Pero en el otro mundo del ciclismo, el de aquellos que viven de masticar pedales con las piernas (que compiten, que ganan su vida calculando vatios, kilómetros, rutas) y el de quienes salen por deporte o por gozoso entretenimiento (para bajar kilos, para hacer amigos, para autoflagelarse horas enteras…) el debate se reduce a salir o no salir.

Quienes salen, aprovechando las autorizaciones de ciertos gobiernos, vuelven a vivir el golpe del viento en el rostro y la asfixia que produce pedalear con una mascarilla, con un tabapocas o barbijo. Pero eso es, aunque a la larga peligroso, apenas un pequeño obstáculo frente a la emoción que implica salir de nuevo al mundo gracias a la magia de las dos ruedas, sobre un artefacto cuya historia se pierde en el tiempo: La bicicleta parece eterna cuando pensamos que nuestros primeros movimientos en el vientre son circulares, ingrávidos, como aquellos primeros giros de quien aprende a montar de manera autónoma una bicicleta.

Pero quienes salen también hoy son mirados (en la realidad y en las redes sociales) por algunos como los nuevos “leprosos”, dado que para muchos salir es exponerse a la pandemia, y entonces todo tipo de especulaciones vienen a la luz: que el marco y las ruedas de la bicicleta pueden resultar contaminados por el nuevo coronavirus, como si este anduviese a la caza de los ciclistas, únicamente de ellos. Desde luego que toda salida implica un ritual bioseguro que incluye las máximas precauciones antes y después de rodar por el poco espacio que aún se tiene en la ciudad.

La bicicleta en tiempos de pandemia tiende a imponer su “monarquía popular” porque nuestro alado artefacto es sinónimo de salud, distancia física y aislamiento móvil. Todo en el mundo del ciclismo parece decirnos: “Rueda y tendrás una vida buena”.

Cae la tarde. Desde mi Aislamiento Obligatorio veo volver a los ciclistas obreros en sus bicicletas. Provistos de tapabocas, mascarillas o barbijos, guardando una sana distancia, pedalean alegres porque regresan de nuevo a sus hogares. Ellos y ellas, en alianza con el viento y con la lluvia, dibujan en mi ventana la ilusión de la calle que nos recibirá sobre dos ruedas una vez la pandemia decida bajar su ingrata bandera negra.

Nota: Texto de mayo de 2020.

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