9 de febrero de 2011

Sobre la diaria experiencia


Lo que a veces uno menos quiere cuando se reclina ante este confesionario electrónico es tener que hablar del día-a-día, del corre-corre, del frenesí propio y ajeno del minuto sin trivializar el tono grave que adquiere la experiencia una vez es amansada mediante la escritura. Quiero decir que si elijo hablar del partido de Colombia contra España (0-1) o de la anunciada intención del gobierno por elevar la edad de jubilación para ambos sexos (62, F; 65, M), pienso que decido desalojar la intemporalidad de este ejercicio pensante y que opto mejor por celebrar una fugacidad que es precisamente contra la cual lucha la experiencia.

En todo caso, la experiencia cotidiana, ese "corre-corre" tan propio de la tarea diaria (irrecusable, infranqueable a veces), se cuela entre las palabras, aquejada por ese afán de intemporalidad que ayer, hoy y siempre garantiza la escritura. Tal vez por eso el Diario íntimo sea la puerta de entrada, acaso el umbral donde la experiencia del mundo pone sus valijas, a la espera de que luego le sea concedido un cuarto dentro del hostal literario que todo escritor lleva dentro. Tal vez por eso el poeta Rodolfo Fogwill pensaba que para lanzarse a la aventura creativa sólo bastaba con regar las plantas (matas) literarias durante 45 minutos de escritura diarística. Al fin y al cabo, algo traerá entre manos esa experiencia del mundo que aguarda en el umbral, que cierra la puerta y pasa, y se transforma en materia literaria, intemporal, más allá del minuto y del verba volant.

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