20 de febrero de 2011

Fuego, noche, mundo, cielo


El domingo cierra su ventana tras el insistente sonido de un carro de bomberos que por nada casi estalla los cristales. Fuego en la ciudad bajo el calor de nuestra estación perpetua, la sequía. Quizá se quema ahora una fábrica o una casita donde alguien encendió una veladora al santo, mudo y frío, u olvidó cortar el invisible chorro del gas en la cocina, y de pronto el fuego mostró su piel sin tregua. El fuego, que, como sentenció Borges, "no podemos dejar de mirar sin sentir un asombro antiguo".

Arde algo en la ciudad esta noche. Arde Trípoli, a 11.000 kilómetros de distancia de este cuarto, en Libia, donde el recio régimen le ha asegurado la inmolación a 200 almas y algo más. Arde el cerebro de un chico o una chica que optó por consumirse en la fiebre del bazuco antes que someter sus neuronas a la tibieza del hogar.

En alguna montaña de Colombia un soldado, un guerrillero, un secuestrado acaso o un explorador avivan un fuego diminuto mientras la noche del Mundo hierve en el cielo.

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