16 de marzo de 2015

Paladiario (IV): un diccionario personal

QUERER

El bolero es la hermenéutica del querer. Ritmo musical latinoamericano por excelencia, descifra el cuerpo a través del alma. Desde México y el Caribe hasta Chile y Argentina, sus valerosas letras lacrimógenas redimen a los corazones en desgracia. En la duermevela de su baile nacieron miles, millones de amores mientras el despecho resbalaba de los sacos y las faldas de los danzarines. "Quiéreme, quiéreme mucho", implora el bolero; "vuélveme a querer, no me castigues, ven aquí a decir cómo se vive con el frío en el alma, cómo le hago sin ti, sin ti", se desgarran los versos para implorarle al otro, en la porción divina que a todos nos signa, que regrese, que someta sus horas a querernos. 
Pero hay más, porque para el bolero el límite es la eternidad y su mandato es orden divina. Ámame. Quiéreme. Bésame mucho. 
El bolero es santa plegaria y evangelio promiscuo para almas en pena de amor. Así nos canta:

"Tú me has de querer, 
Porque yo en la noche lo vi en mis sueños
Yo habré de sentir junto a ti
Mi vida siempre latir
Yo sabré mentir por tu amor
Y he de llorar y he de sufrir
Tú me has de querer como nunca tú soñaste sentir".

ROSTRO

Uno de los conceptos más fascinantes que aprendemos cuando estudiamos la tragedia griega es el de máscara, que significa "persona". El actor se instala en una personalidad, que adopta y representa figurativamente. Cuando baja el telón cesa la máscara, el vestido reemplaza al atuendo y entonces aparece aquello que los espectadores no vemos: el rostro. Por eso el actor que da la cara en escena (porque olvidó una línea, porque no acaba de persuadirnos) termina defraudándonos. 
El lugar común suele apuntar a que en la vida cotidiana todos llevamos máscaras que usamos según la circunstancia de persona, tiempo o espacio. Excepto quizá los niños (otro lugar común reza que ellos siempre dicen la verdad), los demás cargamos con toda una utilería de máscaras para la entrevista de trabajo, el sentido pésame para el amigo o el desconocido, la ceremonia amorosa de la seducción, el amor y el desamor, o para la aprobación de algo que en realidad nos desagrada. Vamos por la dura existencia desfigurándonos en otros para enfrentar al otro, que también es otro debajo de su máscara. De ahí que en la embriaguez las máscaras parezcan diluirse en el licor y entonces suceda lo imposible, por ejemplo: que el subordinado le hable de frente a su jefe en la fiesta empresarial de fin de año y le diga "Jefe, le voy a confesar una verdad...". El resultado puede ser un abrazo o el desprecio infinito.
Una de las expresiones más duras tiene que ver con el rostro: "Poner la cara". Mejor: "Sea macho y ponga la cara", ordenan el cobrador gota-gota o el extorsionista a la persona que quisiera ser avestruz para esconder el rostro bajo tierra. Por ahí derecho encontramos la hipocresía, ese pequeño teatro portátil de aquel que invita al otro para que asista a una función con un solo personaje: él. Ni en el instante definitivo nos libramos de la máscara: el tanatólogo se encarga de darle un semblante agradable al cadáver poniéndole algodones, encajándole las piezas sueltas de la cara, aplicándole un poco de maquillaje en los pómulos, etcétera. Sólo los gusanos conocen nuestro rostro. 

SEDUCCIÓN

Hasta hace unos años la sociedad aceptaba a pies juntillas la frase "Un buen profesor es aquel que seduce a sus estudiantes". Hoy la sociedad está dispuesta a encerrar en la cárcel al primer pederasta que la ponga en práctica.

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