Una vez que lo dejó partir, ella decidió dejar abiertas las ventanas de su casa para que el viento se encargara de cubrir con lluvia o polvo esos despojos. Pero el viento es sordo y siempre está ocupado de los árboles y del rumbo libre de los pájaros. Entonces decidió clausurar todos los cristales y se arqueó en la cama para hartarse de sí misma bebiendo el cáliz de su sangre. A su regreso él destendió las sábanas y decidió que ahora era tiempo de olvidar las almohadas, barrer el cuarto, cambiar la señal del televisor, dormir un tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario