Un experto en diccionarios, el filólogo Javier López Facal, acaba de publicar un libro asombroso, que seguramente encontraremos en Colombia dentro de pocos días: La presunta autoridad de los diccionarios. En entrevista concedida a El País de España recuerda, con un dejo lingüístico diacrónico: "Las palabras las inventó el ser humano. Los hombres y mujeres llevaban hablando muchos miles de años antes de que aparecieran los gramáticos y los diccionarios. Los protolexicólogos y protogramáticos son algo reciente. Hace cuatro o cinco mil años aparecen ya una serie de personas que se ocupan de las palabras; por ejemplo en Egipto... hay unas esculturas preciosas de señores escribiendo, los escribas. En cuanto a los diccionarios, como muchas otras cosas (la astronomía, la física, la medicina) fue en Grecia donde se empezó a reflexionar sobre ellos. Los griegos asumieron influencias de países cercanos y crearon los términos lexicografía y gramática. Pero el invento del diccionario es como el del abanico, que tuvo lugar en varios lugares a la vez, sencillamente porque había que abanicarse cuando hacía calor o para apartar las moscas".
Imposible olvidar aquí el acierto cortazariano puesto en boca de Morelli: El cementerio. O el diccionario: mortaja de la lengua, a veces; sarcófago de palabras, en otras; mausoleo lexical donde los vocablos se pudren, mudos, si no hay escritura que los soliviante. El diccionario es el paje que recoge y guarda los jirones dejados por la lengua en puertos, calles, parques, estadios, bares, buses y, desde luego, también en las academias.
(Y esto a pesar de que al sur de Cali un Conjunto Residencial tenga como nombre "Sintagma").
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Real/Academia/sigue/haciendo/diccionario/arcaico/siglo/XVIII/elpepucul/20110304elpepucul_7/Tes
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