24 de noviembre de 2022

LA URBE INMÓVIL

La ciudad es un enorme útero a la intemperie. Sobre sus calles, a la sombra de edificios que apuntan al infinito o al averno invertido, nos movemos en busca de algo que siempre está más allá de algo, como gameto en su carrera loca por habitar su catedral. Es un no-sé-qué enmascarado bajo el signo del trabajo, el dinero, la cita crucial, el encuentro con el otro para saldar alguna deuda o imponer la tregua entre smartphone y smartphone, recuperando la olvidada gracia del charlar. En ese útero luchamos a brazo partido, entre sudores, aceites, humo, por salir, avanzar, llegar, carrera loca y muchas veces sin sentido por la autopista metafórica que llamamos "el día a día".

Tal vez lo único que se engendre en medio de todo ese fragor sea la inmovilidad. Y con ello regresamos al tiempo del huevo primordial, del cigoto gestante de un ser nuevo que permanece suspendido en un líquido amoroso y confortable durante siete, ocho, nueve meses (a veces afanosamente menos), inamovible. 

De este modo habitamos la urbe inmóvil: espermatocitos gigantes van dentro de óvulos-sarcófagos ahítos de combustible pero detenidos en eternos atascamientos, tal cual lo avizoró Julio Cortázar en su nouvelle 'La autopista del sur', todo mundo mirando sin por qué "fijamente hacia adelante".

Pero no hay tal adelante. No. La mente, detenida, ansiosa, gira en círculos alrededor del sinsentido de esta utopía que es la movilidad en la ciudad, como gameto extraviado en su destino de no-nato.

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