28 de noviembre de 2022

ESTACIÓN: LA FRIGOTECA

Hace una década que la bicicleta me salvó la vida. Murió en mí algo, diluido como el sudor del tiempo sobre las autopistas de la memoria. Perdí noches, amigos, encuentros, pero gané madrugadas, más amigos y me volví confidente de paisajes labrados en el paciente ascenso por las montañas mágicas.

Fui cómplice de la niebla y el silencio. Supe que la vida siempre está en otra parte, incluso en los libros o hasta en la vida misma. Supe que uno anhela el aquí justo porque está la promesa de un más allá, de un después, de otro lugar. Supe asumir todas las metamorfosis del dolor.

Más que desplazarse o moverse o viajar, lo importante fue reconciliarse con el nómada interior que nos trajo hasta aquí, para que volviéramos a emprender en bicicleta esas rutas que dejamos abiertas en sueños o en vidas antiguas.

Entonces, ¿qué libro aguarda por nosotros dentro de la
Frigoteca que encuentro en la cúspide tantas veces visitada de esta meta? Quizá contenga muchas páginas que anhelan ser escritas. Quizá en alguna página se lean las coordenadas de nuestra próxima estación. O quizá otras de ellas cifren la respuesta al por qué del regreso en bicicleta una y otra vez a lugares que ya conocemos, en busca de un no-sé-qué.

Quiero pensar que Montaigne dejó ahí en la Frigoteca el comienzo de un ensayo que seguimos escribiendo sin terminar jamás: Que rodar en bicicleta es prepararse a morir.

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