Corriendo de nuevo esta mañana. Bosquejando la ruta en la pizarra de la mente, que al echar mano de la memoria pone trazos ya corridos, ya sospechados, y se lanza junto al cuerpo en su andadura. Primero están las ganas de correr, después el equipamiento, luego el jolgorio de las piernas, más adelante las miradas complacidas, cómplices o angustiadas, sobre todo porque advertimos en quien corre frente a nosotros o a nuestras espaldas aquel antiguo acecho: somos presa potencial de esa bestia loca llamada Miedo.
Corriendo vamos inventando el camino, aun cuando este haya sido trazado por los artífices de todo lo urbano. O de casi todo, porque al correr también le damos una forma renovada, inédita, a eso que llamamos ciudad. Hacemos de este infierno de humo y de carcoma un un nicho íntimo, silente, edificado a partir de la arcilla invisible que nuestros pasos van modelando en lo corrido. Hacemos de la ciudad una estación perpetua donde pasea lo fugaz.
Corriendo es posible domeñar ansiedades. Sobre todo aquella ansiedad del otro lugar, del más allá a la medida de lo humano, del pequeño espacio donde no se está pero se anhela estar. Correr es una conquista permanente de una calle o de un pasaje donde algo nos espera, ese algo que nunca encontramos. Por eso seguimos corriendo.
Corriendo de nuevo esta mañana para ofrendar nuestro cuerpo en sacrificio ante ese pequeño dios que es el sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario