Los niños son como soles que cabalgan sobre el agua mientras aguardan que la lluvia pase, en una esquina. Luego vienen otros días, sin paraguas, con la aparente calma azulgrisácea de un cielo que, más temprano que tarde, en breve, termina por desfondarse sobre las cabalgaduras abandonadas a un lado del camino.
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Los viejos salen de su guarida para alimentar a las palomas, exiliadas por la lluvia en la cúpula de la catedral. Una a una, retornan con sus picos a esas manos donde apenas quedan rastros de maíz. En el aire, el tiempo dibuja los mapas del hambre.
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