Al lado del camino detenemos el carro. El tablero marca la una de la madrugada y entonces apago las luces. Como llevo las ventanas arriba, apenas sospecho los árboles, pero escuchamos el viento, ahora que nadie ilumina los peraltes ni las señales para nadie. Hace calor. Lentamente bajo el vidrio y veo el rostro de un niño que me besa sin dientes y se diluye de viejo entre las sombras.
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Tomaste la ruta de bus equivocada. Adentro una mujer y su niña te dan algo de confianza, aunque nunca dicen nada. Cuando desciendes lamentas que estés a tantos pasos de tu cama. Atraviesas calles con ventanas en cuyo adentro la noche articula murmullos, gritos de niños llorando a media luz. Confías en que si paras un taxi, alguien en casa esté para pagarlo. Sin embargo los autos vienen todos ocupados, siempre con una niña dormida en el asiento trasero, siempre con tu misma ropa, siempre ese mismo taxista que te advierte estar ocupado, siempre con la misma mano, con la misma sonrisa.
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Debiste preguntarte, antes de darle el beso y despedirte, antes de buscar la otra cerveza, antes de apagar el cigarrillo, antes de encender la motocicleta, antes de repasar sus gestos, sus pasos, su quietud, debiste preguntarte: "¿Por qué esta foto que veo en el periódico lleva manchada y rota la misma camisa que me pondré ayer?".
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