22 de abril de 2011

Tres rodeos peregrinos




Viernes Santo en Buga, Valle del Cauca, Colombia: en el camino, ríos lamiendo los puentes, hinchados de agua y palos remotos. Al llegar, arroyos de gentes que buscan mitigar su sed de redención amarrándose a un escapulario o bebiendo el agua que en breve será santa. Peregrinos en filas para ascender al camarín de la Basílica: algunos miran con desconsuelo el horizonte poblado que deberán cruzar antes de reclinarse ante el Cristo milagroso; otros maldicen en silencio al sol y también al prójimo que intenta 'colarse'. Una voz, la del mercader de estampas, repite sin tregua: "La oración para el mal genio".




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Miles de inscripciones aferradas a las paredes sagradas: muletas, ropas de recién nacidos, medallas, actas de grado, fotos de automóviles, brazaletes, trozos de madera, de mármol, de algo donde miles de peregrinos eternizaron su fe y su gratitud en una polifonía sacra que repite esta letanía: "Al Señor de los Milagros por los favores recibidos".



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La indígena salvó de las aguas al pequeño crucifijo que pronto desafió las formas y creció hasta convertirse en aquel suceso que uno ve ahora: un Cristo enorme que resistió la furia del agua y la consumación del fuego, y que miles de ojos veneran desde 1665, mientras que miles de manos frotan la base del altar que lo guarda. El peregrino engulle la carne de Cristo gracias a las imágenes que archiva en su cámara fotográfica o en su celular, e incluso puede mandarle a alguien un mensaje de texto en tiempo real, es decir, en ese tiempo de comunión con la eternidad: "Tenés que verlo. Estoy llorando. Le pediré por nosotros".

21 de abril de 2011

Tres aforismos descreídos




Tan decadente es hoy proclamarse ateo como blandir el cáliz o el libro de la insania contra quien poco o nada cree en nuestro credo.


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Hoy nadie está dispuesto a morir por una idea, a menos que ésta rece un símbolo: el dinero, "estiércol del diablo" para aquellos que jamás han comido mierda.


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Occidente allanó pueblos, surcó mares, impuso la fe a través de las Cruzadas, siempre en pos del Santo Grial donde Cristo ofreció aquel vino que luego se convirtió en petróleo.

19 de abril de 2011

Tres viñetas sobre el miedo



Al lado del camino detenemos el carro. El tablero marca la una de la madrugada y entonces apago las luces. Como llevo las ventanas arriba, apenas sospecho los árboles, pero escuchamos el viento, ahora que nadie ilumina los peraltes ni las señales para nadie. Hace calor. Lentamente bajo el vidrio y veo el rostro de un niño que me besa sin dientes y se diluye de viejo entre las sombras.


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Tomaste la ruta de bus equivocada. Adentro una mujer y su niña te dan algo de confianza, aunque nunca dicen nada. Cuando desciendes lamentas que estés a tantos pasos de tu cama. Atraviesas calles con ventanas en cuyo adentro la noche articula murmullos, gritos de niños llorando a media luz. Confías en que si paras un taxi, alguien en casa esté para pagarlo. Sin embargo los autos vienen todos ocupados, siempre con una niña dormida en el asiento trasero, siempre con tu misma ropa, siempre ese mismo taxista que te advierte estar ocupado, siempre con la misma mano, con la misma sonrisa.


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Debiste preguntarte, antes de darle el beso y despedirte, antes de buscar la otra cerveza, antes de apagar el cigarrillo, antes de encender la motocicleta, antes de repasar sus gestos, sus pasos, su quietud, debiste preguntarte: "¿Por qué esta foto que veo en el periódico lleva manchada y rota la misma camisa que me pondré ayer?".

14 de abril de 2011

Mar de abril



El faro del deseo te extravió en mi puerto.

El deseo y los besos que otros amantes cifraron

En el ardiente océano de la noche propicia.

Entonces sólo supimos conjugar dos verbos:

Amar y devorar.

Los labios tatuaron aroma sobre aroma

Y lenguas dientes uñas

Vencieron las fronteras de la piel.

La madrugada prolongó su rito de palabras

Y susurros aullidos silencios

Escribieron cantos secretos en las sábanas.

12 de abril de 2011

Escucho llover


Desprovisto de toda gracia para el baile como estoy, gocé mucho cuando un amigo definió mis actitudes kinéticas en salas públicas y en salones privados con esta sentencia: "Más ritmo tiene un agüacero".

Quizá más grato sea pensar que el agua baila sobre los techos y las calles, aunque viéndolo bien se trataría de un lugar común, como aquellos que la lluvia avasalla sin pausa. En todo caso, hoy quiero escuchar esa extraña sinfonía del llover abriendo mi ventana, intuyendo que la gente sin paraguas corre tras el bus de última hora o se apiña en el escampadero de la esquina (donde los panaderos venidos de Santuario o de Otraparte se proclaman los reyes de la harina y los dueños del techo del Mundo). O sospechando obreros que fatigan sus pedales en busca de otra y otra y otra calle, mientras que autos siniestros empapan de fango sus hambres. O asomándome debajo de algún puente cuyas faldas besan ahora las aguas de negra empalizada.

Hombrecillos amarillos resfriados de antemano


Taxis marchando a fuego lento


Dos niñas que se besan en la esquina, sin abrigos, con dolor


Un anciano con el pan y el tiempo bajo su sombrilla


La pareja, el perro, la disputa


Escucho llover la lluvia sin otra partitura que la escrita por la noche, parturienta en cuyas manos toda compañía se aborta.