13 de agosto de 2011

Postal sobre el Presidente y la camiseta



Justo hoy, cuando la Selección Sub-20 de Colombia juega ante México el partido por el tiquete a semifinales del Mundial de la categoría, el Presidente Juan Manuel Santos cumplió un año viajando por el país en el marco de sus cacareados "Acuerdos por la prosperidad". Y lo hizo en el Eje Cafetero, vistiendo una franela amarilla de la Selección Colombia.



Ningún problema hasta allí, pues desde antes de la Copa América de Argentina o, mejor, desde la participación del equipo femenino nacional en el Mundial de Alemania, el Presidente desplegó su interés futbolero enfundándose el uniforme completo de la Selección y arrojándose a cuanta cancha de entrenamiento se le atravesaba en Bogotá. El asunto es que la camiseta que lució Santos este sábado 13 de agosto es falsa; en otras palabras, se trata de una prenda confeccionada, quizá, en aquella fábrica bogotana donde justo hoy la policía alzó docenas de rollos de tela amarilla, centenares de sellos de la Federación Colombiana de Fútbol y miles de tubinos de hilo azul con el cual bordadoras anónimas se encargaban de grabar en aquella tela la mítica marca de Adidas.



La camiseta de Santos exhibía sin pudor el producto de esa fragua de signos distintivos, modelos y marcas falsas, legitimadas en la investidura presidencial pero castigadas con dureza en un local de Bogotá donde fueron detenidas dos personas y decomisadas docenas de camisetas que estaban a punto de colonizar las esquinas de la capital. Pero hay más: curiosamente, el Presidente habló durante casi todo el día respaldado por la fachada, también falsa, de una "Casa campesina", simulacro de las antiguas y caídas en desgracia casas cafeteras, convertidas en nichos hoteleros para quienes desean oler los aromas del "Triángulo del Café".



No obstante, falsa y todo, Santos encontró en el Mundial de Fútbol la oportunidad para echarse el país al bolsillo gracias a la camiseta de la Selección. ¿Uribe hizo lo mismo alguna vez? Sospecho que tuvo pocos chances, si exceptuamos dos acontecimientos de 2006 y 2007: el primero, a propósito de los parabienes que extendió a la Selección, en ese entonces dirigida por Reynaldo Rueda, antes del partido ante Uruguay, en Montevideo, que el equipo perdió; el segundo, cuando enfrentó a la FIFA por aquella tentativa de vetar a las plazas situadas a más de 2.500 metros de altura. Huelga decir que aun cuando Uribe vistió una original Lotto de la Selección Colombia, el equipo no fue ni a los Mundiales de 2002, de 2006 y 2010, y más bien halló en Bogotá, su sede --defendida al ultranza por Uribe-- su premonitoria tumba fría.



Justo hoy que Santos lució esa camiseta desmarcada, falsa, la Selección cayó ante México 3-1 y se despidió del Mundial en casa propia; como quien dice, a los anfitriones les toca ver la fiesta desde el patio mientras que en la sala los invitados se disponen a partir el ponqué de la victoria. De falsas ilusiones y de verdaderas, contundentes, indigestas derrotas está hecho el país.

11 de agosto de 2011

Postal desde el mar




"Cuando el acueducto esté listo, yo por mi parte seguiré con el agua de lluvia".



El mar insiste en lamerle los brazos mientras que el motor de nuestra lancha devora lento el agua. Le paso una toalla y entonces ella, agradecida, recuerda mi rostro: la penúltima noche de mi estancia en Ladrilleros había pedido un tinto y dos empanadas de camarón en su tenderete, que ella atiende con su esposo y sus hijos. No es el momento para decirle que de marisco había poco adentro, producto de un acto culinario que transfiere más papa que proteína a la empanada, y esto quizá por el resabio 'paisa' que se lo ha tomado todo, como el cáncer de concreto que se expandió durante los últimos 10 años en Juanchaco y, sobre todo, Ladrilleros. Me dice que vuelve a Buenaventura para un chequeo médico que cumplirá al día siguiente. Recibo la toalla y de nuevo el camino vomita un chorro de mar sobre su brazo izquierdo.



"Yo sola soy la única mojada".



Sonrío con la toalla en mano y miro el rostro de mi hijo, dormido pero también empapado, tranquilamente cansado después del jugueteo con las olas. Intentando contradecir su buen mal genio, siento de nuevo la opresión de la selva y el barro arcilloso contra los cuales luchan ahora el concreto y el hierro del futuro acueducto que surtirá de agua potable al circuito Juanchaco-Ladrilleros-La Barra. Creo haber recordado también los rastros de comején en las cabañas vencidas por la selva y el vozarrón del cemento, acompañado por la sordina del ladrillo, a veces habitado y otras abandonado a su suerte en un pueblo al que el mar parece que pronto se fuera a tragar. De hecho, le digo, me sorprendió que ya no hubiese tanta playa, cuando en otros tiempos turistas y nativos resisitían bajo el cielo y el agua hasta las primeras horas del amanecer. Ladrilleros parece hoy más que nunca un acantilado con una diminuta minifalda de arena.



"Sí, qué pesar, el mar se tragó todo. Nos estamos quedando sin playa".



A lo lejos, La Bocana y una postal pesarosa: los gallinazos han desplazado a las gaviotas en su búsqueda de rezagos marinos, alertando que esa población es hoy más urbana que costera, que le partenece más al 'aguamala' de Buenaventura que a la marisma del Litoral Pacífico. Sin embargo, prefiero seguir escuchándola, ahora celebrando que uno de sus hijos (el que de vez en cuando está en el tenderete) trabaje de sol a sol en el próximo acueducto, donde labora una topógrafa a quien ella alivia el hambre por unos pesos al mes. Cuando reconoce que mi destino es Cali, confiesa que vivió aquí por larga temporada en casa de una hermana, y que si por ella fuera se quedaría para siempre en la capital. De pronto advierto en la aridez de mis adentros los cráteres de estas calles, el mega-desastre delincuencial, el calcinante sol de las dos de la tarde sin poca sombra redentora, los cortes de agua cuando llueve y cuando seca... Sí, le digo, Cali es una ciudad bastante amable. ¿Y el agua en Ladrilleros? Agua bendita, agua del diablo: ella avizora desperdicios, gente enloquecida bañándose a cualquier hora, y entre tanto, pienso, el mar engullendo la minifalda de arena como un amante que preña, se va y vuelve a preñar.



"Yo, por mi parte, la utilizaré para cosas como la cocina, pero para el resto seguiré con el agua de lluvia".



Cuando llegamos, Buenaventura es la de ayer, la de siempre, la de entonces, la de nadie.