20 de noviembre de 2024

TEXTOS RODADOS (I): MONSI, ¿VÁIS EN BICICLETA?

Me gusta pensar en un día cualquiera de 1999 en la Ciudad de México. Me gusta imaginar a Carlos Monsiváis preguntándose, como Roland Barthes, por dónde empezar su reflexión acerca de algo que le carcome el coco desde siempre, aun cuando se apreste a decirlo como por primera vez en un ensayo que hará época: "Del rancho al internet". Me gusta ver al gran mago hermeneuta de la cultura popular latinoamericana, abandonar de pronto su casa de Portales y echarse a andar para ponerle el ojo y el paso a las migraciones culturales que bullen en la calle; para tomarle el pulso al corazón móvil de una urbe que sintetiza en el Zócalo, en el Metro, en los vestigios prehispánicos, en la ruinosa arquitectura de Conquista y Colonia, en los jóvenes que intercambian besos y sexualidades, en las mujeres que fundan el feminismo combativo del "Pinche cabrón, no mames más"; en fin, en todo, aquello que elucubrará en las primeras líneas de aquel ensayo magistral: 

El siglo XX es, entre otras cosas y muy fundamentalmente, época de migraciones, voluntarias o forzadas, causadas por el ansia de alternativas, la urgencia de mejorar el nivel de vida, el afán de aventura, las ganas de sobrevivir.

Me gusta advertir que de pronto Monsiváis quiere regarlarse una travesura esa mañana y decide, previa plática con un organillero por aquí y otro saludo de un estudiante de filosofía por acá, pedirle prestada la cleta, la birula, la cicla, la burra (como diríamos en Colombia) a ese vendedor que parece dormitar en una banca de la plaza Garibaldi. Entonces, reconciliándose con el niño nómada que debió haber sido en aquella vertiginosa ciudad en los años 40 de su siglo, arranca por el Eje Central y se nos pierde de vista para saltar, años después, sin que ese otro autor sienta su simbólico rodar, a los predios de Michel Maffesoli, quien hará apología del nómada y de la vida errante en tiempos de posmodernidad, cuando el estertor de una época cimentada sobre las grandes "violencias totalitarias", ha querido normalizar el nomadismo bajo el parámetro de la movilidad. 

Me gusta imaginar que Monsiváis y Maffesoli comparten ahora un café en algún sitio aledaño en al Instituto Nacional de Sociología en París, por allá en 1999, años antes de que el sociólogo francés publique Nomadismo (2004). En su charla (que me gustaría escuchar mejor en Café La Habana, en el DF) coinciden de entrada con la insubordinación frente al sedentarismo de la modernidad, que parece eclipsar la vida errante y alterar el curso de una alteridad que debería estar atravesada por lo fraterno con y hacia el otro. Carlos le dice a Michel que él, a propósito de lo que sucede con las migraciones culturales latinoamericanas (Revolución Mexicana, el cine, la radio, la televisión, el rock, el feminismo y los trueques entre lo masculino y lo femenino) piensa consignar esa idea en aquel ensayo que fragua, de este modo:  

En las metamorfosis inevitables y en los desplazamientos de hábitos, costumbres y creencias, los migrantes culturales son vanguardias a su manera, que al adoptar modas y actitudes de ruptura, abandonan lecturas, devociones, gustos, usos del tiempo libre, convicciones estéticas y religiosas, apetencias musicales, cruzadas del nacionalismo, concepciones juzgadas “inmodificables” de lo masculino y de lo femenino. Estas migraciones son, en síntesis, otros de los grandes paisajes de nuestro tiempo.

 * * *

Entonces me gusta pensar que a Maffesoli le parece imperativo, inexorable, obligatorio viajar a América Latina para encontrar el cauce nómada, el anti-sedentarismo, la confluencia de tradiciones y rupturas, de aquellas migraciones culturales. En un castellano trepidante, y porque no vio bien qué trajo hasta ahí al ensayista mexicano, con la familiaridad del cuate, le pregunta a Carlos, quien se extasía con el azul de julio en París: "Monsi, ¿váis en bicicleta?".

Ambos saltan a mi reflexión en una especie de tándem ensayístico para seguir la rueda de la multitud errante que todo amante del pedal lleva en su alma. Se trata de darle rienda suelta a lo que Maffesoli llama con Durkheim "la sed de lo infinito" y perpetrar cierta rebeldía contra el inmovilismo al que nos condenan aquellos que el novelista Michael Ende llamará en Momo los "hombres grises", no otra cosa que el poder que lo vuelve sospechoso todo, hasta el movimiento hacia la reivindicación del uno mismo en el ocio, en el caminar y, claro, en el rodar por otra orilla, por la tercera margen del río, en bicicleta.

Ambos, Carlos y Michel, Monsi-soli o Maffe-váis, son profetas de una vida errante que para el caso del ciclismo cotidiano (el del trabajo o el consumo) o del ciclismo transitorio (el del viaje o el del cicloturismo) cada quien vive a su modo, a su ritmo y a su tiempo. En mi caso, y quizá discrepando un poco con la naturaleza del espíritu nómada contemporáneo de Maffesoli, vivo el paso en la ruta ciclística casi que en completa soledad, sin el gregarismo que impone la espera del otro, aunque bien tiene su agregado positivo en el disfrute junto a o con este, cuando no el sentido de la amistad, la solidaridad, el juego, la vivencia compartida, etcétera. Pero en mi caso, aquella vida errante monsivaismaffelosiana me encanta experimentarla como trashumancia individual por el sí mismo que busca liberación, dolor a gusto, éxtasis montañoso, sol o lluvia o niebla para, justamente, dejar atrás la zona de confort.

Me gusta, por último, imaginar cómo Monsi y Maffe llegan por el túnel de tiempo a mi ciudad, Cali, y ven a mi padre (años 80 del siglo XX migratorio) pedalear sobre una gran bicicleta negra que debía pesar unos 20 ó 30 kilos de puro hierro y responsabilidad paterna. Esa burra le sirve para movilizarse, más que para recrearse, en tanto que con ella visita a sus clientes que le compran a crédito ropa y calzado. Mi padre quizá haya experimentado cierta liberación, cierta utopía, cierto nomadismo del flâneur mientras rodaba por calles atestadas de amenazas sobre cuatro ruedas o dos patas (ay, ¡la rata bandida de dos patas!). No lo sé. Como tampoco estoy muy seguro de que aquellos ciclistas que mañana veré pasar de madrugada (año 2021 del siglo XXI ultranómada) rumbo a sus trabajos de miseria lleven una sonrisa en sus piernas porque crean que estén yendo al "otro lugar" exento del Mal.

Pero confiemos en que la utopía en bicicleta sea la hostia secular de la cual todos comamos. Por ahora, Carlos y Michel, escritos los ensayos, vistas las ciudades, examinadas las errancias cotidianas de la contemporaneidad nómada, están varados despinchando o desponchando su tándem. Claro: porque pincharse o poncharse también hace parte de ese "arraigo dinámico" que vivimos en el día a día de nuestras rolling bikes.



https://cronicamexicana.com/2017/02/15/la-ciudad-las-bicis-fantasma/