La noticia sacudió al mundo intelectual: Marc Augé, antropólogo y etnólogo imprescindible para la comprensión de muchos fenómenos humanos, moría el pasado lunes 24 de julio en su natal Poitiers, en Francia, donde había nacido el 25 de septiembre de 1935.
Su deceso ocurrió un día después de la finalización de la 110 versión del
Tour de Francia, dato en ningún caso menor si hablamos de Augé, pues al lado de
su ya clásico concepto del "no-lugar" y de las nociones de viaje,
memoria y ruina está su pasión declarada por la bicicleta, que supo pensar en
su no menos importante libro de 2009 Elogio de la bicicleta.
Integrando grupeta con Roland Barthes, a quien también el Tour hizo escribir
una de las mejores páginas del libro Mitologías (1955), Augé regresa
en su Elogio a los días de infancia y de adolescencia para montarse en la
bicicleta y recorrer con nosotros la estela épica de una carrera que desde
siempre tuvo la impronta heroica gracias a aquellos corredores como Fausto
Coppi, Federico Bahamontes y Bernard Hinault. No son ajenos a Augé los
misterios del Tour, su magia envolvente por campiñas, collados y paisajes
dignos de cualquier epopeya literaria o cinematográfica. Mito, historia y
utopía convergen en el Tour, pero también en la vida en bicicleta, para
imprimirle a la carrera la marca de un "lugar en la memoria" francesa
y europea.
No obstante, en el contexto en el escribe y publica Elogio de la
bicicleta el autor encuentra que el Tour de Francia está amenazado por el
marketing y sobre todo por uno de los emblemas del Mal en el deporte de las
bielas: El doping. Por eso hablará del "mito en ruinas",
cuando por ejemplo en el pelotón ocurre que un equipo se apodera de ritmos y
maneras de correr en beneficio de sus intereses, o cuando la excesiva
medicalización reemplazó al Jump barthesiano, es decir, esa suerte de
rayo divino que tocaba el ciclista y lo encumbraba en solitario hasta la meta,
todo bajo cierto designio celestial.
Recordemos que entre 2003 y 2008 el Tour de Francia implosionó a causa del
dopaje. A la confesión de Lance Armstrong y su posterior desclasificación
siguieron otros casos que escribieron un capítulo oscuro, difícil de leer, en
el libro de oro de la mayor gesta ciclística del mundo. Mejor dicho, de la
épica pasamos al frenesí del EPO. Y todo parecía llegar a su fin.
Por eso las frases desencantadas de Augé: "El mismo empleo de drogas
apunta menos a lograr momentos de esplendor, sospechosas aceleraciones, que a
asegurar el mantenimiento de la forma, pero una forma excepcional
que permite producir todos los días esfuerzos prodigiosos sin que ello implique
realizar acciones particularmente espectaculares. De pronto, la sospecha se
generalizó y ya no hubo héroes míticos. Cabría decir, amablemente, que el
espectáculo del Tour se ha laicizado, pero sería más apropiado afirmar que se
ha medicalizado. Y ésta es la vía por donde se hiere al mito".
Sin embargo, la idea que Augé defiende en el ensayo es que, a pesar del
declive del Tour, la bicicleta se sobrepone, pues como artefacto encarna las
nociones antropológicas del movimiento, la memoria, la libertad y la utopía.
Claro: que el Tour de Francia pase a un segundo plano implica de pronto el
desencanto de los jóvenes por la bicicleta, pero viendo cómo anda el mundo,
signado por el motor voraz de los automóviles, la bicicleta en su tránsito
lento encarna la aparición de una poética, de una memoria, de una escritura
incluso: "La bici es una escritura, con frecuencia una escritura libre y
hasta salvaje, una experiencia de escritura automática, de surrealismo en acto
o, por el contrario, una meditación más construida, más elaborada y
sistemática, casi experimental, a través de los lugares previamente
seleccionados por el gusto refinado de los eruditos". Bicilibertad
y Efecto pedeleada serían dos fenómenos que, a criterio de Augé,
redefinirían nuestra vivencia en la gran ciudad.
Pero volviendo al Tour y a lo que pasó después de 2010 (año en el que
Alberto Contador es desclasificado como ganador por la ingesta de Clembuterol),
quiero pensar que Marc Augé vio brillar a los nuevos escarabajos colombianos.
Quiero soñar con que de pronto quiso reescribir algunas de las páginas de su Elogio
de la bicicleta saludando a corredores como Nairo Quintana o Rigoberto
Urán, en quienes reencarnaba esa estirpe del héroe mítico que los ciclistas
franceses posteriores a Hinault no tendrían ya más. Antes, claro, estuvieron
Lucho Herrera y Fabio Parra, y más atrás Alfonso Flórez y Cacaito Rodríguez,
quienes supieron situarse en los renglones de oro de la Grande Boucle.
Pero aun si no fue así, quiero por último sospechar que en su último Tour
Marc Augé pudo haber visto la coronación de Jonas Vinggegard el domingo 23 de
julio en París, luego de su esplendorosa batalla contra el paisaje, el calor
infernal y Tadej Pogačar. En ambos corredores, el Tour, podría pensar Augé,
reencuentra ese gesto épico. Con ambos, el danés y el esloveno, la juventud
erige un monumento al valor en cada kilómetro de una carrera que hasta hace
poco estaba condenada a lo previsible y al aburrimiento.
Hasta que no se pruebe lo contrario, esto corredores --quisiera decirle
ahora a Augé-- limpian las venas del Tour para inyectarle sangre nueva. Sangre
nueva y pulcra, acaso estimulada sólo por la legendaria historia cincelada en
las montañas pirenaicas y alpinas. Claro, más allá del Tour, del Giro de
Italia, de la Vuelta a España, de los grandes monumentos del ciclismo y de las
pequeñas carreras de todos los días, estará siempre la bicicleta. He aquí el epitafio
que reclama nuestro Marc Augé en vélo:
"¡Arriba las bicicletas, para cambiar la vida! El ciclismo es un
humanismo".