Seguramente a ustedes les pasa igual que a mí.
A veces, cuando he acabado tareas cotidianas --o incluso en medio de ellas---, me encuentro riendo solo. Recordando y riéndome de toda la avalancha profiláctica; de todo el frenesí del autocuidado que dictaron los largos meses de Pandemia. Y escribo Pandemia con mayúscula, como si fuese un tiempo mítico, ese espiral en el corazón de una deidad o de una bestia que se alimentó de nuestras angustias y del antiquísimo miedo al otro, ese asintomático o ese contagiado del que nos pusieron a huir los médicos y los políticos.
Me acuerdo de los tapetes, del cloro, de los zapatos desterrados, de la gel agotada en los anaqueles, como muy temprano pasó con el papel higiénico, cuya escasez asombró, pues ya se había comprobado que el virus, bastante inteligente por cierto, accedía mediante las vías respiratorias y no por las rutas de evacuación.
Me río de quienes pronosticaron el Fin del Capitalismo y enriquecieron sus arcas a través de libros que publicaron de afán o de la monetización en redes sociales. Me río de aquello que se volvió un leimotiv: la reinvención, el aperturar, esto o aquello o lo otro "en tiempos de pandemia". Todo como una ansiedad colectiva frente al inminente acabose de la alteridad.
Sobre todo me río de nuestras salidas ciclísticas portando tapabocas. Y de la gel en los bolsillos, para muchos en reemplazo del banano o del bocadillo. Ante el cierre de gimnasios y centros deportivos surgió el "ciclista de pandemia", ya prácticamente desaparecido, que aprendió a sufrir en rutas inverosímiles, dados los cierres viales de algunos destinos de montaña apetecidos por los ciclistas regulares.
Me río, cómo no, de los comentaristas deportivos que se quedaron sin el fútbol y recurrieron a jugar Play Station ¡en vivo!, sí, mientras que otros más ridículos veían esos torneos de humo.
También me río en soledad de nuestras "clases virtuales", del micrófono encendido o apagado, de la proliferación del Quedo atento, del Quedo pendiente, del #QuedateEnCasa, de la Ley Seca y de que alguna vez en los supermercados se agotaron la cúrcuma y el jengibre.
Me río, por último, de una certeza: vendrán muchas más pandemias, desde luego, pero nadie nos quitará el recuerdo de ese miedo, de esa angustia ridícula, de la risa por todo lo vivido durante la primera vez.
Addenda: a todas estas, reír solo en postpandemia puede ser una secuela del coronavirus.