Algunos van lustrosos y otros muy llenos de polvo. Los zapatos siempre están allí; van y vienen con nosotros como si fueran tatuajes en los pies. Esto cuando son cómodos y nos quedan como guantes. Porque también los hay tortuosos al comienzo, aunque después aflojen y terminen encarnándose en la piel.
Con estos mis zapatos viejos ocurrió que un día me cansé de ellos, los vi impresentables, o bien otros llegaron para desplazarlos. Pues bien: hace unas semanas volvieron a la calle, caminaron por concreto, polvo, hierba y charcos. Ahora aguardan a que su dueño los calce de nuevo pero hoy no es el momento (y corto esta nota porque debo partir...).