De
golpe, las cosas azarosamente puestas sobre un escritorio heredado de mi padre.
De golpe la agenda, el cortaúñas, un trozo de azar, 2013 en un cartón, las
agendas y el pisapapeles, cuentas por pagar, tarjetas y lapiceros más atrás, y
en el centro mi lugar y el mundo entero contenidos en este PC escoltado con
sigilo por el Módem que permite abrir ventanas imaginarias y ver el amanecer
aún cuando el sol acabe de ocultarse. Ahí están los objetos, convocados quizá
frenéticamente, al ritmo del picoteo de la lectura y la escritura meditadas o
de urgencia, curiosamente junto a un libro (ese que se ve al lado derecho,
rosado, breve, coronado por una tapa y un portaminas, La comunidad ilusoria, sí, ese librito) de Marc Augé, el
antropólogo que habla de los “no-lugares”, aquellos espacios donde confluyen
todos y nadie, que se habitan, se usan, se ensucian y consumen antes que la
noche caiga, anónima, sobre el asfalto y las paredes.
Este lugar,
en cambio, es mi lugar desde hace cinco años; aquí vine a vivir con cientos de
personas apretujadas en los libros, de las cuales –por obra y gracia de la
literatura—ninguna ha desertado del cuarto. A simple vista ustedes dirán que el
escritorio delata a un poeta, a un investigador, a un profesor más o menos
ordenado. Sí. Soy todo eso y algo más. Pero fíjense en ese adminículo cuadrado
tirado al lado derecho, abajo, en la imagen: es el ciclo-computador, uno de los
objetos que primero tomo en la mañana. Porque al lado de la literatura y la
docencia, el ciclo-montañismo colma mis rutinas: ese ‘cateye’ marca tiempos,
distancias, velocidades y kilómetros andados sobre una bicicleta que me aguarda
no tanto para que las horas me colmen de sudor (esa suerte de quejido húmedo
del cuerpo) sino, sobre todo, para empezar el día a día poniéndole cierto orden
al mundo. Andando en bicicleta medito nuevas travesías, nuevas ideas, caminos
aún no transitados en mis clases o en mis textos, así como también devoro
asfalto y padezco algunas montañas. Por ello tal vez están aquí el azar de los
objetos y el orden de la escritura, que inicia en cualquier lugar insospechado,
muchas veces lejos de este antiguo escritorio que he intentado presentarles.